Hemos llegado a la Cuaresma. Quizá sea el tiempo litúrgico en el que resuena con más fuerza la urgencia de sopesar el valor de lo que estás viviendo y de elegir el camino acertado. Dispones de cuarenta días para un discernimiento a fondo, para ponerte en forma. A lo largo de este tiempo tendrás la oportunidad de hacer un diagnóstico del momento en el que te encuentras y, guiado por la Palabra de Dios, podrás entrar en el desierto para que Dios te hable al corazón. Tendrás la oportunidad de poner nombre a tus tentaciones y de aprender a afrontarlas (primera semana). Serás invitado también a subir al monte con Jesús para descubrir que eres un “hijo amado” por el Padre (segunda semana). Como la mujer samaritana, sentirás el anhelo de beber “otra agua” y Jesús será para ti “el agua que salta hasta la vida eterna” (tercera semana). Con el ciego de nacimiento podrás identificar tus cegueras y experimentar que Jesús es la luz que te hace ver (cuarta semana). Finalmente, acompañando a Lázaro, Marta y María, descubrirás que Jesús, la Vida, te salva de todas tus muertes (quinta semana).
A lo largo de la Cuaresma la fuerza de la Palabra de Dios te invitará a elegir el agua, la luz y la vida que es Jesús. Sentirás que otras propuestas y estilos de vida, a los que tal vez has dedicado mucha atención, no tocan tu corazón y, por lo tanto, no logran hacerte feliz. Experimentarás de nuevo la fascinación única de Jesús y la fuerza renovadora del Bautismo.
Es posible también que adviertas una fuerte tensión entre llamadas contrapuestas y que tengas que tomar algunas decisiones. No tengas miedo. Acoge la Cuaresma de este año como una nueva oportunidad. Puedes decirte a ti mismo: “De este año no pasa”. No olvides que quien empuja al desierto a Jesús no es el diablo sino el Espíritu Santo. También a ti el Espíritu Santo te acompaña en esta travesía “para que tu pie no tropiece en la piedra”.